jueves, 10 de marzo de 2011

El circo


- No puedo, no puedo decirla que me gusta.-
- ¿Estás seguro de eso?-
- ¡Sí!
- Yo no lo creo. Verás te contaré algo.
De pequeño me gustaba ir al circo. Mi animal preferido era el elefante, por lo grande y elegante que era. Lógicamente es un animal que tiene tanta fuerza como para arrancar un árbol, una farola… y por eso me gustaba tanto, a mi y a otros muchos niños.
El día que por fin fui al circo vi un elefante grande, que estaba atado por una sólo pie a una barra de la que parecía bastante fácil que el animal se pudiera liberar. Yo pregunté, ¿por qué está el elefante atado? Los mayores siempre contestaban lo mismo: “Para que no se escape” y yo hacía la siguiente pregunta obvia: ¿y por qué no se escapa el elefante? Y contestaban: “porque está adiestrado”. Desde entonces yo siempre me preguntaba lo mismo, porque si está adiestrado para que no se escape no necesitaría estar atado.
Fui creciendo y esas preguntas siempre aparecían en mi cabeza. De modo que un día llegué a comprender lo que pasaba: De pequeño el elefante intentó escapar de aquella cuerda. Tiraba con todas sus fuerzas y no lo conseguía. Un día, no lo conseguía; otro y tampoco; otro, otro… y nada. Así el pequeño elefantito se rindió y dejó de intentarlo. En su mente había quedado aquel recuerdo y pensó que jamás podría escapar, de modo que no había vuelto a intentarlo.

Eso es lo que nos ocurre a nosotros. Nos aferramos a la idea de que “no podemos” sólo porque algún día lo intentamos, no pudimos y nos rendimos. Y ahora... ¿puedes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario